5 may 2012

Teoría utilitarista del valor

Un antecedente ominoso.


Una vieja ocurrencia (anterior a los marginalistas) llegó a postular a la utilidad como fundamento del valor de cambio. Se decía que cuanto más útil era una cosa, tanto más valdría; e inversamente, cuanto menos útil fuera una cosa, entonces menos valor tendría. Con tan fina solución a nuestro problema, ¿para qué ahondar más en la cuestión?
Pues bien, lamentablemente algunos tipos medio contreras se interesaron por estos asuntos tan simples, y con igual sencillez formularon la siguiente objeción: “es indudable que la utilidad del agua es muy grande, a pesar de lo cual, su valor de cambio es generalmente nulo. Asimismo, cosas tan inútiles como un diamante tienen un valor de cambio descomunal. Ergo, no puede ser la utilidad la que determine el valor de cambio de las cosas”. Había que rendirse ante lo evidente, y la utilidad quedó relegada al olvido, mientras los economistas exploraban caminos más fructíferos. Desde William Petty hasta Smith y Ricardo, en la economía política burguesa predominó la idea de que las mercancías se intercambian en proporción a la cantidad de trabajo que tienen incorporado. Esta idea en sus formas primarias no parecía representar ninguna amenaza ideológica para la burguesía, que por el contrario la abrazaba para usarla como arma contra los privilegios feudales. Sin embargo, cuando se extendió el descubrimiento de que la ganancia capitalista no era más que trabajo no remunerado, los buenos burgueses y sus economistas huyeron despavoridos al grito de ¡Mandinga!, como si se les hubiera aparecido el diablo en calzoncillos. A mediados del siglo XIX se había vuelto una tarea urgente encontrar una explicación -defensa- alternativa de la ganancia. Y para eso, ¿qué mejor que un abogado?

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